CARTA VII
Buenos Aires, febrero de 2013
A mi amante favorito :
Ya no
quedan rastros de mi, ni de ti, ni de nosotros, somos almas que un día se
miraron y siguieron de largo, como cuando se agolpa la gente en los autobuses
camino a sus trabajos, cada día, de cada semana, de cada mes, de cada año, de
cada vida.
Ya ni
siquiera quedan palabras por decirte, y es que cuando miro tus ojos, veo el
vacío que en ellos ha formado el tiempo, la distancia, y la desidia.
Ya ni
siquiera quedan miradas que quiera atesorar, si cuando te miro lo hago por
primera vez como a un desconocido.
Ya ni
siquiera hay perfume que haga que sueñe con volverte a ver, si cuando estas a
mi lado siento la oquedad que perfora el aire y respiro profundo en busca de un
último aroma que me recuerde a ti y no lo encuentro.
No percibo
más que aire de febrero, y el suave olor a tierra mojada por la lluvia que ha
pasado cerca y ha borrado tus huellas.
Ya ni
siquiera late el corazón como cien caballos salvajes en medio de la pradera,
imparables, libres y vivos; si la quietud de la ausencia ha dejado yerto el
suelo que piso y vacío un lugar en el pecho.
Ya ni
siquiera puedo confirmar si fuiste real o algo que imagine antes del desayuno
un día de agosto, si los días se arrastran como hojas secas de otoño, si los
vientos soplan tan fuerte como siempre, si la primavera llega alegre y las
golondrinas volvieron a anidar en mi techo.
Y es que
tanto nos cuesta entender que somos lo que somos, porque así lo creemos, sin
muestras ni ganas de cambiar, dejándonos llevar por la dama llamada rutina.
Y es que es
mucho el esfuerzo para darnos cuenta que somos lo que somos: dos completos
desconocidos que en un cruce de miradas se encontraron y se amaron un segundo.
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