Carta XI
Miles de ideas y frases elocuentes, surcan el océano de mi
mente. Más ni bien la hoja en blanco se encuentra frente a mí, se sumergen en
una oscuridad indescifrable.
Tan solo una perdura, tan solo una todos los días vuelve a
mi, así como cada día veo el sol aparecer en el horizonte, así como cada día me
entibia el rostro. Vuelve y vuelve en una sucesión de imágenes y palabras pero
solo queda un Te extraño, pues no se decirlo de otro modo.
Te extraño, consciente o inconsciente, cuando te pienso,
cuando manejo, en la ruta, en las tardes, cuando el sol se despide dando cada
día un espectáculo distinto, cuando llueve, cuando amaina, cuando llega el
viento y me sacude, cuando la brisa me acaricia suavecita.
Y soporto la sed, sed de palabras y risas, sed de juegos y
charlas, de cartas y promesas, sed de verte, escucharte; sed de ese sentir
infinito que nos unió.
Te extraño y te veo,
creo que te veo, yo se que te veo, en los remolinos de tierra, en los
rayos de sol, en el agua límpida que cae, en la tierra, en las aves cuando
vuelan muy cerca de mí, en la liebre que se cruza y me mira antes de
desaparecer en la maleza, en la tierra
que da vida, en el espejo jugando nuestros juegos, en las noches de luna llena.
Te extraño y te escucho. Te escucho en mi mente, y en el
latir del corazón, en los grillos y los jilgueros, en el suspirar de un perro
en el cantar de un niño, en el aleteo de las mariposas en la hojas cuando se
acarician.
Te extraño y no se decirlo de otro modo.
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